ME ABURREN LOS ATEOS, SIEMPRE ESTÁN HABLANDO DE DIOS
¿Si no creemos en ningún dios, por qué hablamos tanto de él?
Dios es el único ser que para reinar no tuvo ni siquiera necesidad de existir.
Rosa Parks, en 1955, se negó a ceder su asiento a una persona blanca. Se le acusó de perturbar el orden y la encarcelaron. Fue el inicio de las protestas contra otras prácticas de segregación racial.
¿Qué llevó a Parks a tomar esta decisión? No era una mujer de “su casa”, era activista. Pero esta no es la respuesta.
¿Qué la llevó al activismo? Suele creerse que es la indignación. Yo discrepo con esto. Indignación sentimos todos –o casi todos- frente a un acto que consideramos injusto; pero la indignación pasa. Casi siempre se ahoga en un suspiro que inhala rabia y exhala resignación mientras comentamos con quien esté a nuestro lado “lo terrible de la situación”. La vida cotidiana nos envuelve y terminamos mirando a otro lado.
Podemos obtener como respuesta también un suspiro liberador de culpas… o se puede iniciar una charla crítica y soñadora, sin lugares comunes, sino poblada de iniciativas, de anécdotas sobre cómo alguna vez se reaccionó frente a eso. Y esa conversación alimenta la indignación, no deja que se extinga, por el contrario, insufla y soflama.
Al terminar la plática, cada quien se queda meditando y lleva dentro de sí las ganas de hacer algo. Si eso se repite una y otra vez y con varias personas, llegará el momento en que juntas hagan algo.
Lo he vivido muchas veces. Recuerdo que cuando recién ingresé a la universidad la conversación giraba en torno a dónde publicar nuestros poemas. Luego, la conversación pasó de buscar quien nos publique a pensar que nosotros podíamos hacerlo. Tiempo después, salieron varias revistas (1).
Pero todo lo que he escrito no tiene nada que ver con los ateos. ¿O sí? Sí. El denominador común es una carencia y un sentimiento de impotencia; además de la retroalimentación de los sueños y el reconocimiento de que se “puede hacer algo”.
¿Qué carencias tienen los ateos? ¿Por qué se indignan? Es difícil de explicar a quien no es ateo, como es difícil de explicar a un hombre la discriminación contra las mujeres: Vivir en una sociedad inundada de religiosidad crea un sentimiento de extrañeza. Visitar un hospital y encontrarse con una estatua religiosa, o visitar el CONCYTEC (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) y encontrar lo mismo, o pasear tranquilamente por un parque y encontrar una gruta. Es como estar en el pellejo de Rosa Parks y ver solo “blancos” sentados en el bus y afiches de “blancos” por doquier. No es intolerancia a la libertad del resto, es la constatación de la invasión del espacio público y propio. Y con el dinero de todos.
Los ateos hablamos mucho de dios y de las religiones porque sentimos que la creencia en uno o más dioses ha traspasado el espacio privado y se ha convertido en una forma de poder muy eficaz que tiene sus más férreos cimientos en la apología de la ignorancia voluntaria y en el ensañamiento con quienes piensan distinto.
La idea de un dios en sí misma no es dañina. Cuando creer en un dios implica preferir la fe al conocimiento (como afirmar que no hubo evolución, sino que todo fue creado por un dios), esa fe se convierte en dañina. Y el problema se agrava cuando una religión tiene suficiente poder como para intervenir en las decisiones del Estado.
¡Claro que los ateos hablamos de dios! Dios es una herramienta simbólica que fácilmente se convierte en arma.
Los ateos -como los católicos, musulmanes, judíos, agnósticos, gays, lesbianas, indígenas, etc.- tenemos derecho a vivir sin ser discriminados. Latinoamérica, como bastión del cristianismo, anida prejuicios solapados contra quienes siquiera se atreven a dudar de un dogma.
Al inicio, que una mujer afrodescendiente se enfrentara a una cultura racista, fue toda una locura. ¡Qué idea tan descabellada! ¿Cómo Park podría soñar que una sociedad estructurada sobre el racismo podría cambiar? ¿Cómo se les ocurrió a un grupo de mujeres la graciosa idea de que podían tener los mismos derechos que los hombres? ¿Estaban delirando los primeros homosexuales que insinuaron la idea de que no eran anormales?
Todo acto de reivindicación suena a locura porque va contra la estructura mental previa. Todo grito de libertad comienza siendo tomado como irrespeto, o en términos religiosos: blasfemia. Todo intento de luchar contra los prejuicios es tomado como atentado contra la libertad de los que creen en esos prejuicios.
¡Avancemos! ¿Qué daño puede hacer un afrodescendiente por el simple hecho de serlo? ¿o un gay cuando ama a alguien de su mismo sexo? ¿o una mujer que no desea someterse a su marido? ¿o una persona que niega la existencia de un dios?
Todos tenemos el derecho de discrepar con lo que los demás piensan, pero no tenemos derecho de imponer nuestras ideas.
Los ateos no deseamos que todos se vuelvan ateos: deseamos que no nos discriminen ni que discriminen a un católico ni a un evangélico ni a un judío ni a un gay ni a una mujer ni a nadie. Los ateos buscamos un Estado Laico.
Muchas personas que profesan una religión también buscan el Estado Laico porque son conscientes de que la libertad prima sobre las ideologías.
Yo, atea, continuaré hablando de dios y las religiones con diversos tonos, pero siempre apuntando al objetivo: el Estado Laico.
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(1) Yo no participé en ninguna revista pues me di cuenta de que la poesía no era para mí, pero sí salieron muchas, entre ellas More Ferarum y Dedo Crítico.